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martes, 1 de noviembre de 2011

La ciudad de los muertos endeudados



            Una ciudad respiró aliviada, y sin embargo, otra, similar a la primera penó largamente las ambiciones desmedidas del Ego estrellado en el novísimo y carísimo asfalto del estrenado Bulevar.

            Tras el vuelo más acrobático que Francisco Javier hubiera dado en su existencia, y después de recoger y recomponer sus sesos y otras vísceras que habían quedado esparcidas por diversas partes del vial público más costoso de los últimos tiempos, nuestro protagonista se incorporó y renqueando se dirigió sin pausa hacia la Casa Consistorial, su destino final.

            Comprendió en seguida que en aquel extraño averno todos le conocían y esperaban, ya se comentaba acerca de él antes de su aparición, las lenguas de la avidez le precedían. Alguien, probablemente uno de esos lambiscones que tanto abundan, le entregó con una reverencia su oreja ensangrentada que se había quedado prendida de una aguja de pino -de uno de esos arbolillos que costarán, cuando se paguen, los 500 euros la unidad (¡la de pinos que tiene que haber en Cabezón de la Sierra!). Inmediatamente FJ se la colocó, dándose cuenta que no oía, de todos modos para lo que había que escuchar ...

            Cuando se aproximaba a la Plaza Mayor de aquella ciudad que tanto se asemejaba al Burgos que acababa de abandonar se percató de que le rodeaba un mar de fieles muñones, todos con los ojos grises inexpresivos y la risa de la muerte grabada en su rostro. Poco le importó, a fin de cuentas parecían más fieles y agradecidos que algunos de sus antiguos paisanos. Le abrieron paso y le vitorearon con las partes de su cuerpo menos laceradas por la enfermedad, la putrefacción y la envidia. Le miraban con las cuencas de los ojos vacías, le pasaban sarmentosas formas por la incipiente chepa –fruto, sin duda, de la carga de la responsabilidad y de la espectacular caída-.

            Para sorpresa suya, y en la mismísima puerta de su sancta santorum municipal, le esperaban sus fieles -y pacientes- escuderos, aquella mítica “generación Baeza”[1], marchitada, por lo visto, en su juventud: Ángel el Sucesor, un “mini yo cualquiera”, dueño del Cofre del Cid, que regalaba propiedades municipales u olvidaba cobrar 500.000 eurillos, como quien sostiene rectores con arteras estrategias; Gema, lanzada al estrellato, la segadora de funcionarios, de empleo anterior desconocido; Eduardo, pálido reflejo de la juventud y la cultura; Diego el cachorrillo juguetón cuya sagacidad innata le llevó a falsificar documentos varios y engordar currículos, protegido de Alguien, según barruntan los pitonisos del Círculo de la Unión.

Así, guarnecido por sus mejores escaladores sobre cadáveres humanos, se presentó en el balcón municipal, exhibiendo su herrumbrosa guadaña, expresión del mando en aquella plaza. Lanzó una mirada de despreció sobre la ingente masa humana en descomposición que atestaba el recinto y desgranó sobre ellos sus tormentos más sofisticados.

Aquel conciliábulo de espectros políticos, aquella bandada de carroñeros se lanzó sobre la multitud descarnada, desempleada, desahuciada y endeudada para proponer el mejor y más grande proyecto: el “Mausoleo Arena”, sí o sí, con un argumento irreprochable ... tenían la eternidad entera para pagar ...

Poco importaba que el desempleo hubiera hecho mella en el gremio de los sepultureros, que subieran las tarifas de los coches fúnebres, que aumentaran las tasas de los embalsamadores municipales, que los servicios municipales básicos se encarecieran, pero no se tocaba el IBI de los grandes panteones, los difuntos de las beneméritas familias de Burgos podrían seguir descansando en paz con Francisco Javier...

Pero no, decididamente no, en el Más Allá o en el Purgatorio o donde diablos estuvieran no iba a ser diferente. ¡Qué mejor que labrar el buen nombre de FJ en alabastro eterno, como intentaron los Condestables! Aunque los mismos cimientos de la urbe se tambaleen, aunque las deudas ahoguen como mortajas futuras e hinches los cadáveres, una página brillante y perdurable en la historia de la Necrópolis propia sólo se logra con una gran Obra, ¿Qué fueron si no la Catedral, Las Huelgas, la Capilla de los Condestables o en los últimos tiempos el prisma tendido que denominaron Museo de la Evolución Humana?

Con este convencimiento, Francisco Javier, escoltado por sus secuaces, portando el ataúd de la participación ciudadana –barruntaban con perfidia un decreto que eliminaba las preguntas incómodas de los espíritus más inquietos en el Pleno Municipal-, se lanzó a las monótonas rúas donde se extendía su reinado. En su rostro falsamente bonachón se agazapaba el deseo irrenunciable de pasar a la Historia de los Muertos Ilustres reconocidos en el Panteón de los Patricios de la ciudad, quería en definitiva brillar con luz propia. Hasta el momento, y a pesar de su gran batacazo, seguía sintiendo en su nuca el gélido aliento del Gran Amortajador de la ciudad, el Padrino Innombrable, propietario de la Hoja Parroquial donde aparecían las esquelas, últimamente algo afectado por unas malas inversiones realizadas en unos camposantos que incluían aeropuerto, tirando al mediodía. Ya se sabe que algunos prohombres se han proyectado en el progreso, en el ascenso propio sostenido por las generosas aportaciones públicas en recalificaciones multimillonarias de ducas, o nichos, de la mano de esbirros como nuestro amado Francisco Javier y sus acólitos.

Francisco Javier tenía que mostrar mano de hierro y obsesión enfermiza en su MAUSOLEO ARENA, con su techo rotatorio y el mejor mármol jaspeado, las lápidas más memorables, siempre a mayor gloria de la Vanidad, pero también al servicio de los Amos, demostrando eso sí, que se puede ser más papista que el Papa y avanzar en la agenda dictada por los Sepultureros de la Construcción…

(Continuarán las Crónicas del Ayuntamuerto …)
 
En Burgos, a catorce de abril de 2012

Lucas Mallada
                   
PD.: Reconocemos humildemente cierta inspiración en el ambiente de la novela creada por Óscar Esquivias: “La ciudad del Gran Rey”, que sus lectores podrán percibir fácilmente.


[1] Se denomina “Generación Baeza” a aquellos militantes de determinado partido de gobierno de Burgos, que sin más experiencia laboral que la propia militancia y los cargos que les iban asignando a medida de su fidelidad desde el propio partido se vieron encumbrados a puestos de auténtico poder municipal, tras el descalabro de la candidatura de su partido propiciada por el denostado Baeza, un huracán deslenguado y venenoso que barrió a una generación de fachillas veteranos para propiciar la llegada de estos arribistas ambiciosos.

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