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viernes, 29 de marzo de 2013

¿Qué ves cuando cierra los ojos"


Por Eduardo Nabal

“Eva”, de Kike Maillo, es una película de ciencia-ficción y robots que sorprendió por su sensibilidad, pero que sigue siendo un misterio. 
No es ningún misterio que muchos realizadores españoles (Bayona, Amenábar, Fresnadillo, Torregrosa y  tal vez el propio Maillo) tienen comprado ya el billete a Hollywood y, viendo el panorama del cine español actual (sacudido por los recortes y la ignorancia de los que lo financian), tal vez deberían ir haciendo también  las maletas. 
No quiero hablar aquí de esta cuestión, que me revuelve las tripas,  ni de cómo  los políticos lo  achacan a las descargas en Internet y a la pereza del público y no a la insuficiencia de recursos para terminar una película o a la subida del IVA, el descenso de la calidad  y el precio de las entradas. Quiero hablar, o intentar hacerlo, del misterio de “Eva”, una película que me ha parecido, además de poética y evocadora, tan sugerente como frustrante. 
Me explico, un trabajo digno, bien interpretado (con el siempre intenso Daniel Brüll a la cabeza), pero que se pliega finalmente a las concesiones del género para conquistar al gran público, en detrimento de los aspectos más espinosos de la trama como las extrañas y complejas relaciones entre los protagonistas. “Eva” nos habla de algo que por lo visto está reservado a curas y jueces como es el amor intergeneracional, de nuestra naturaleza cyborg en una sociedad que vive entre la miseria y la dictadura del Whasapp, de la deshumanización del mundo académico y también del “armario”. ¿Es “Eva” una niña bollo? ¿Por qué el personaje de Lluís Homar es tan asexuado? ¿Por qué el asesinato de la “niña mecánica” a manos del protagonista masculino  está rodado como una escena de amor? ¿Por qué todos los personajes esconden secretos? ¿Por qué suena David Bowie en una secuencia crucial del filme? Por qué la estética es tan kitch y el ambiente tan enrarecido? ¿Por qué el filme trata de alguien que vuelve a un sitio horrible y provinciano  a buscar un pasado hiriente  que ya “no existe”? ¿Nos habla el filme de la “supervivencia de la especie”? “Eva” es un “no lugar”, un momento raro en la historia de un cine que emigra, y un filme sobre cómo nos programan para amar, sentir, desear, ser masculinos o femeninos, activas o pasivos, fuertes o débiles.  En ese sentido, y sin hacer gala de ningún bagaje teórico, podemos ver en “Eva” un filme más perverso de lo que parece. 
Y no porque quiera hacer una lectura “gratuitamente queer” de una película de ciencia-ficción medianamente inteligente, modesta  y visualmente cautivadora sino porque encuentro en ella demasiadas preguntas sin contestar. No viene al caso el cotilleo. Me da igual las preferencias sexuales de Brüll, Maillo, Belbel, Amman o Etura, sino que  quiero explicar por qué una película como esta puede ser leída de muchas formas. Indiscutiblemente no hay final subversivo y la “niña rarita” es desactivada,  aunque la película continúa en mi retina como un océano ¿helado? de interrogantes. “Eva” fue  retirada en el último momento  del Festival Gay y Lésbico de Barcelona ¿por qué? Aburrido (¿tal vez?) de ver cine gay “comme il faut” he sido capaz de disfrutar con las ambigüedades sexuales y sociales de “Eva”. El cine español puede ser bueno y sorprendente, pero cada vez va a ser más difícil que veamos películas como “Eva”, “Pan negro”, “La buena nueva”, “20 centímetros”  o “Sevigné”, en algunos casos porque los autores han tirado la toalla  y en otros porque la academia (que tal mal parada queda en el filme de Maillo) parecía ser un refugio y también un sutil adoctrinamiento  que ahora se ve también amenazado por quienes como el señor Wert ven un lujazo en la “fuga de cerebros”. “Eva” nos invita a reflexionar sobre el cuerpo y las emociones, sobre la falsa infancia y sobre la falsa madurez. Pero “Eva”, como el niño de “Pan negro”, ha sido expulsada del paraíso y convertida en un robot más. 
El público pide tsunamis o tal vez tengamos que esperar a que pase el tsunami para que el buen cine vuelva a llenar las salas y los espectadores puedan volver a sentarse en una butaca ante una ópera prima tan cautivadora como alarmante. Porque “Eva” parece presagiar la España de hoy, helada, dirigida por burócratas sin escrúpulos, políticos corruptos y mas-media voceros  y donde los sentimientos valen cada vez menos.

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