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lunes, 8 de abril de 2013

La administración del secreto: Vaticanleaks y Lux in arcana


LA ADMINISTRACIÓN DEL SECRETO

(A propósito del Vaticanleaks y de la exposición Lux in arcana)

Por Luis Castro Berrojo


El padre Adolfo Nicolás, S.J., después de haber pasado más de 40 años de servicio en Japón fue nombrado general de los jesuitas en 2008. A continuación hizo un viaje por varios países de Europa, que le sugirió la siguiente visión de conjunto: Me impresiona la antigüedad de todo: las personas (sin ironía), los edificios, las culturas, la historia, las rencillas y desconfianzas entre naciones, los miedos, las tensiones. Todo es antiguo y todo continúa, como si el pasado humano fuera tan real como las calles de sus viejas ciudades[1]. Un jesuita sería el último en criticar cualquier cosa relativa al Papa o a la curia vaticana, pero cabría añadir que si en algún lugar de Europa se percibe esa sensación de antigüedad inmovilista, de inercia y de miedo al futuro, es en el Vaticano y sus entornos. Por eso muy mal deben de estar las cosas cuando el mismo general de los jesuitas se atreve a lanzar al papa la siguiente invectiva: ¿Por qué el dinero juega un papel central?, ¿dónde está la fuerza para combatir la tentación del poder en la curia?, ¿dónde la humildad y la libertad donadas por el espíritu?”[2].

Foto de archivo

En efecto, en la vieja Europa todo es antiguo y todo continúa, aunque ahora sea difícil que la Compañía de Jesús pueda actuar como espada en manos del papa, como en otros tiempos, haciendo frente a sus amenazas internas y externas. Cuando parecía que empezaban a olvidarse los escándalos financieros de los años ochenta, con los espectaculares asesinatos de los banqueros Sindona y Calvi –aún hoy no aclarados– y el alejamiento del arzobispo Marcinkus de las finanzas del Vaticano, nuevas informaciones muestran que las prácticas corruptas y las luchas por el poder no han cesado en décadas posteriores. Son esas mismas tensiones internas de la curia las que dan lugar a filtraciones, quebrando la “voluntad omisiva” o silencio absoluto de la cúpula eclesial respecto a delicadas cuestiones internas.
Los documentos dejan pocas dudas: hablan de turbias operaciones financieras enmascaradas como obras de caridad o fundaciones benéficas; del blanqueo de dinero negro, incluso procedente de la Mafia; de depósitos que recogen las limosnas de las misas y pasan luego a cuentas personales; de oscuras relaciones con ciertos partidos de derecha, como la Democracia Cristiana o la Liga Norte. Si en otros tiempos Juan Pablo II puso en juego todos sus recursos, incluso financieros, para, en alianza con Ronald Reagan (1980-88), acabar con el “imperio del mal” comunista y con el Bloque del este, ahora los chanchullos dinerarios se explican apenas en clave de luchas internas y de mantenimiento del status quo de las relaciones con algunos partidos y con el Estado italiano, del que el Vaticano sigue recibiendo tratos de favor (como una amplia exención fiscal y una discreta vista gorda ante las actividades delictivas de los ciudadanos vaticanos).
Una parte importante de la documentación que acredita estos hechos fue aireada por monseñor Dardozzi, quien pidió a su muerte (2003) que se hiciera pública para conocimiento general. Este prelado, consejero directo de los Secretarios de Estado del Vaticano, fue testigo durante dos décadas de la non sancta gestión de Marcinkus y de su sucesor, monseñor Donato de Bonis[3], al frente del banco Vaticano, dando pie con su información a la salida del best seller del periodista Gianluzzi Nuzzi, Vaticano S.A.[4]en 2009.
En ese mismo año Benedicto XVI nombró al laico y opusdeísta Ettore G. Tedeschi director del Banco Vaticano con la intención de que adecentara de una vez las cuentas; y sabemos ahora que también por esas fechas la justicia italiana volvía a investigar las finanzas del papado por blanqueo de dinero  y cobro de comisiones ilegales. Pero las resistencias internas han debido de ser muy grandes y el miedo ha cundido cuando Tedeschi ha indagado para poner nombre a los titulares de algunas cuentas irregulares que aparecían en clave. Recientemente, este hombre, amigo personal del papa, ha sido cesado por Bertone y teme que le maten por haber tirado demasiado de la manta; por ello deja a sus amigos íntimos una documentación comprometedora: “Si me asesinan, dice, aquí dentro está la razón de mi muerte”.
La idea de Tedeschi era que su dossier ­–que al parecer incluye listas de nombres manchados tanto dentro como fuera de la Santa Sede– llegara al papa a través de amigos comunes, pero la policía se ha hecho con él a consecuencia de un registro domiciliario y el asunto ha pasado a la fiscalía italiana. Que la cosa es grave y ha producido gran inquietud en las altas esferas vaticanas se percibe en el contenido de un comunicado de estas publicado el pasado 8 de junio: en él se “pone la máxima confianza en la autoridad judicial italiana para que las prerrogativas soberanas reconocidas a la Santa Sede por la normativa internacional sean respetadas adecuadamente” y se añade que “está examinando la eventual lesividad de las circunstancias”[5]. Leído entre líneas el escrito, ¿quiere decir que el Vaticano considera la acción de la policía italiana como una posible violación de los tratados de Letrán, que rigen la relación entre ambos estados y que se remontan a 1929, año VII de la era fascista? De ser así, serían palabras mayores. Pero detrás de todo está la crisis general, que lleva a los gestores de la U.E. a perseguir y acorralar a corruptos, evasores y manirrotos, por mucho que se escondan detrás de mitras o mantos purpurados.
Es evidente que esta sucesión de filtraciones están provocando crisis internas en la Ciudad Santa, pero resulta significativo que se salden con la expulsión o la detención de los que, aparentemente, desean limpiar (en el buen sentido) la caja fuerte del Vaticano y denunciar las corruptelas y luchas de poder internas. Ha sido el caso de monseñor Viganó, de Tedeschi o de Paolo Gabriele, mayordomo del papa detenido al día siguiente del cese de Tedeschi. Pero las filtraciones continúan, ampliadas por la proyección mediática del país originario de los paparazzi y de la televisión basura. Se difunden eslóganes destellantes como “los secretos mejor guardados de todo el mundo”, “garganta profunda”, “Vaticanleaks”, “super scoop para palidecer a Dan Brown”, etc.
Está por ver hasta dónde llega este asunto, pero no nos extrañaría que, por muy escandaloso que parezca, acabe sin esclarecerse del todo, como tantas veces ocurrió en el pasado con tropiezos semejantes. No debemos minusvalorar esa voluntad de acaparamiento mediático de la prensa italiana, tan fuerte al menos como la paralela actitud oscurantista del Vaticano, que da lugar a mensajes a veces exagerados o contradictorios que acaban pronto en la papelera mental de la opinión pública. (Por ejemplo, las filtraciones de Gabriele eran vistas como ataques al cardenal Bertone, secretario de Estado, pero otras posteriores se presentan teniendo a este como autor. La intención misma de las filtraciones es confusa: a veces se habla de regenerar la Santa Sede y de proteger la buena imagen del papa, mientras que en otros momentos solo se ve la lucha por su sucesión y rencillas personales o de grupo: los cardenales papables italianos versus los de fuera; los partidarios de la mano dura contra el clero pederasta y los contemporizadores; los de una orden religiosa contra otra, etc.)

Al fin y al cabo, sabemos de estas filtraciones gracias a la actitud de algunos miembros de la propia curia o de sus servidores cercanos, quienes las dosifican como quieren y en cualquier momento pueden cerrar el grifo, sin que vayan a faltar en el futuro otras actuaciones públicas relacionadas con el papa cuya proyección mediática relegue aquéllas al olvido. Por lo demás, a cualquiera que conozca un poco la historia de la iglesia, desde el “exilio de Aviñón” en adelante, todos estos affaires le resultan demasiado familiares. 
Con dos mil años de historia, la iglesia católica ha pasado por muchos avatares críticos, tanto o más peligrosos que los actuales; se ha adaptado a muy distintos sistemas políticos y sociales, para poder sobrellevarlos y sobrevivir, quedando siempre por encima, como el aceite queda sobre el agua por mucho que movamos el recipiente (eficaz metáfora que escuchamos una vez en boca del cardenal Tarancón).
Foto de archivo
Sin duda, el reino temporal y la influencia ideológica de la iglesia de Occidente van de capa caída desde hace mucho tiempo y así van a seguir, pero ello es más resultado de la secularización y del individualismo crecientes en las sociedades que de los propios traspiés de una institución ya acostumbrada a ellos y que cuenta con la penitencia y el perdón de los pecados para lograr al menos la aparente tranquilidad de conciencia. Por otro lado, el divorcio de la iglesia respecto de la sociedad contemporánea resulta inevitable, una vez que ella misma se define como incompatible con los principales “errores” de nuestro tiempo, tal como hizo el infalible Pío IX a mediados del siglo XIX.


[2] Extracto de uno de los documentos publicados por el periodista G. Nuzzi en su libro Su Santidad. Las cartas secretas de Benedicto XVI.
[3] Como en el caso del banquero Botín en España, tiene su punta sarcástica que este prelado financiero se llame Donato “el de los beneficios” o “de las riquezas” (en latín). O que su sucesor, Tedeschi, sea “el alemán” que trata de disciplinar las finanzas, siendo amigo de un papa al que más de uno apodará del mismo modo. Y es casi genial la denominación de Andreotti como titular de una de las cuentas cifradas, incluyendo un plural sin duda mayestático: “Omissis” (“de los que no se habla”, “de los pasados por alto”).
[4] En la portada de la edición española se lee: “20 años de secretos financieros y políticos de la Iglesia contenidos en dos maletas de 40 kilos”. Los documentos se hallaban depositados, cómo no, en Suiza.
[5] Pedro Ordaz, El dinero público salpica al Vaticano. El País, 10 de junio de 2012.









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