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sábado, 5 de abril de 2014

Mátalos suavemente

Por Eduardo Nabal
 Se cumplen treinta años de la muerte de Michael Foucault, a causa del SIDA. Foucault no solo habló de sexualidad o prisiones también de todo los temas relacionados con la higiene social, la salud mental  y la regulación de la vida. Hoy los psicólogos (al menos en los programas académicos que les imponen) no dan a Foucault, son figuras pasadas de moda. No obstante en muchos casos la curiosidad les lleva a la obra de un autor que expuso cómo la sociedad y la historia crearon la locura, los binarismos sexuales, la prisión moderna, las ciencias humanas, la medicina como saber/poder…
 La política de muchos gobiernos europeos, no solo el nuestro aunque esté ganando puntos para situarse en los primeros puestos, está ahora regulada por una serie de individuos que deben reembolsar un montón de dinero a los bancos. Que cometen grandes estafas mientras fabrican pequeños delincuentes. Esto va unido a una criminalización de la protesta que ha llevado, por ejemplo, a Ana Botella a hablar “de los atentados de Gamonal”.
 La retirada del dinero para la sanidad a favor de los sueldos de los políticos de altura, de los banqueros o de los especuladores de toda índole es una forma de administrar la vida y la muerte. Si no atendemos a enfermos de VIH extranjeros o se vuelven a su país o mueren. Si endurecemos la Ley del Aborto, condenamos a la clandestinidad a muchas mujeres y al peligro a otras, al tiempo que afianzamos la idea de lo que debe ser una mujer (blanca, heterosexual, sin diversidad funcional, burguesa, sumisa). Cuando retiramos la homofobia de la educación para la ciudadanía o las ayudas a las madres lesbianas estamos creando de nuevo sujetos de segunda clase, adolescentes desinformados y acosados, “buenas mujeres” frente a “malas mujeres”.
 El mundo de la cultura lucha por sobrevivir mientras las ayudas se retiran a los autores contestatarios y así las pantallas se llenan de superestrenos en 3D o telebasura. Al subir el precio de los libros o las entradas se crea ciudadanos desinformados, fáciles de manipular. Gentes que atienden al populismo y la opacidad de un gobierno que nos roba a todos y criminaliza a otros, los que salen a la calle.
 No me gusta que se diga que todos los partidos políticos son iguales porque aunque ninguno se salva de la corrupción o la codicia (o casi ninguno), el partido en el poder lleva décadas gobernando en gran parte de Castilla y León, haciendo pactos con la Iglesia ultramontana, impidiendo que se abran las fosas de la memoria histórica, exaltando la dictadura, echando periodistas que responden a los recortes… Unos son más iguales que otros y estos o sus hijos siguen haciendo el saludo fascista.
 Pero si renunciamos a creer en cualquier ideología estamos desarmados frente al gobierno del liberalismo, la doble moral, el miedo a una mayor represión policial y a la privatización de cuestiones  tan básicas como la educación, la sanidad. El expolio de lo público lleva a que los muertos no tengan nombre, igual que los desahucios que nadie considera incitaciones al suicidio mientras que a los jóvenes que protestan en las calles se les llama alegremente “terroristas” o “violentos”.
 Las personas LGTB de Burgos han visto un aumento de las agresiones en espacios públicos lo que les invita a privatizar su vida, con regocijo de muchos sacerdotes y psiquiatras antiguos, además del ciudadano que acude a misa o al partido  religiosamente.  También se dedica menos dinero a la investigación o las becas a favor de los macroproyectos sin acabar, de los casinos, los pabellones, los antepasados, de los hoteles de lujo, de la absorción de las cadenas de televisión por parte del partido en el poder. Y con una oposición débil y dividida.

 El aumento de enfermedades mentales e incluso suicidios ante el paro, la falta de expectativas de futuro o la frustración que provoca la violencia institucional (policía, ejército, secreta) ante las manifestaciones o el derecho de huelga lleva al desaliento y la desilusión. Así en Burgos tenemos una Universidad corrupta hasta la médula, un Hospital nuevo semiprivado e infrautilizado y unos servicios sociales bastante poco desarrollados. No hay espacios lúdicos para el colectivo LGTB, los inmigrantes son criminalizados como “responsables” de lo que llaman “crisis”, se recortan las ayudas a las personas jubiladasa la dependencia y cada vez se dedica menos espacio a las voces discrepantes. Es una forma de administrar la vida y regular la muerte que se llena de ideología y que, desde el miedo, invita a la insolidaridad o el pasotismo sociopolítico.

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