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domingo, 23 de agosto de 2015

Vivimos en la gran mentira. La ciudadanía "no alineada"

Por Carles Giménez


Como ya advirtió el escritor Christian Salmon, autor de "Storytelling", en estos momentos la población vive en la gran mentira, un engaño en el que la percepción de las cosas es más importante que la realidad. En España, siguiendo el proceder de la doble moral y el doble rasero que caracteriza a gran parte de las personas -y a sabiendas de que es una característica explotable y fácil de inocular a los demás-, se han creado los cimientos de una gran simulación uniendo dichas características a los defectos (generalizados) ya de por sí del pueblo español. La maquinaria de los estados, bien engrasada a fondo, sigue haciéndonos autoconvencernos de que nuestras democracias son reales y verdaderas y de que vivimos en un orden, en unas sociedades (estados de derecho) donde las personas pueden participar y contribuir cuando en realidad es todo lo contrario y el control social es férreo. La sociedad española está bien controlada por las fuerzas de seguridad del estado que mantienen el orden en un sistema basado en la corrupción, el tráfico de influencias, y legalidad modificada para favorecer al más fuerte. 

La influencia, esa fuerza para influir y contribuir, se halla en un absoluto control que impide que cualquier forma de participación ciudadana llegue a consumarse plenamente haciendo que, a menudo, se hunda en una gran charca de enchufismos, dedismos y atasco de influencias.

La industria de la influencia asimismo se encuentra controlada al modo norteamericano por diferentes tipologías de congregaciones y sociedades de difícil definición que suelen proteger con gran celo su privacidad y que por medio de comisiones ilegítimas y tratas han contribuido durante décadas a la formación de un sistema perverso en el que es imposible que cualquier tipo de participación de las ciudadanas o ciudadanos “no alineados” llegue a darse de forma plena.


Bajo esta simulación de una sociedad con libre albedrío y azar, cuando en realidad existe control sobre muchas más cosas de lo que nos hacen creer, se recompensa -además de económicamente- a los “ciudadanos alineados” (en el orden de influencias) dotándoles de una reputación de enorme esfuerzo y gran trabajo o talento que les ha permitido destacar y contribuir, cuando en realidad no hay tal cosa. A esto se suma el poder de manipulación de la realidad social de los medios de comunicación que crean una tercera realidad, podríamos llamarla el mundo de lo que es oficial. Un nuevo "calco", un simulacro, por el cual los secretos a voces no pasan a convertirse en realidad hasta que se hacen oficiales a través de los medios controlados por la oligarquía, una concesión de poder de quien decide lo que es real y lo que no.

Como consecuencia de una sociedad controlada por un sistema que ensalza la escasa calidad y al sinvergüenza que responde a los valores con los que la maquinaria funciona, se llega a la situación en la que el Estado llega a estar encabezado mayoritariamente por representantes alineados con ese doble rasero y con la mafia de la influencia que, al no pertenecer a un sector de población con valores ciudadanos, arrastran  al conjunto de la ciudadanía a una crisis por excesos económicos y falta de visión o por el engaño de ciudadanos de otros estados hacia dichos líderes (de discutible patriotismo, operando en favor de su interés personal). 

La reacción de la ciudadanía crítica se alza en clave contraria al sistema que ha permitido el hundimiento del país y la puesta en marcha de la deudocracia y secuestro económico por parte de agentes del exterior. Es normal entonces que las demandas populares críticas reivindiquen un sistema justo y equitativo, una forma de proceder en las antípodas de los anteriores dirigentes inmersos en la corrupción, abogando por valores como la participación ciudadana, la equidad y la igualdad de oportunidades. Sin embargo es del todo imposible que en un país capitalista con décadas de tráfico de influencias y de industrias de la “agenda de enchufes”, lobbies o grupos de presión y sociedades secretas pueda llegar a darse una participación real y por tanto que a las cúpulas de poder lleguen personas que confíen en un sistema de horizontalidad. Es mucho más que probable la aparición continua de oportunistas del discurso que mediante la simulación prometan las necesidades de cambio de orden pero en la sombra practiquen manipulaciones continuas, manipulaciones de reuniones colectivas de apariencia abierta, foros abiertos a la participación que a mitad de temporada pasan a ser inservibles para influir en la sociedad, dedismos y pérdida de las formas para acceder a los puestos relevantes, concursos de apariencia abierta cuyos criterios son finalmente alterados en la sombra para que los ganadores sean de un grupo cerrado, o incluso líderes alineados en otro tipo de congregaciones de índole secreta, de fuerzas de seguridad, o pertenecientes a una élite económica de tipo piramidal.


Por ello la incapacidad de que ciudadanas y ciudadanos “no alineados” lleguen a poder participar y contribuir en el sistema conduce a que el sistema fracase en su avance civilizatorio y se llegue consolidar aún más un régimen basado en los valores anteriores que nunca dejaron de imperar y, por supuesto, a la consolidación de una casta de ciudadanos “alineados” (ya sea en siglas, grupos cerrados dentro de partidos, grupos pertenecientes a organizaciones no oficiales que a su vez se hallan dentro de otras organizaciones, etc...) que responden a intereses distintos de los que dicen estar representando ante la ciudadanía. Lo que se crea es el doble rasero, una sociedad aparentemente democrática y de derecho que sin embargo completamente se halla bajo el férreo control de los corruptos oligarcas (élite económica secreta y organizada), del brazo armado de la corrupción y las cloacas del estado.