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viernes, 14 de noviembre de 2014

Mafiocracia en Burgos (I)

Por Carolina R. Tenaz

En Burgos manda la mafiocracia.  El poder, bajo unos rituales democráticos, lo ostenta y ejerce una oligarquía de una casta hereditario-empresarial que la parasita y la subyuga.  Una de las pocas cosas positivas de la actual situación es que cada vez más gente empieza a despertar del sueño del simulacro democrático en que vive nuestra ciudad desde la Transición.  Los plenos del ayuntamiento aparecen cada vez con más claridad como un teatro de títeres en donde se vota lo que otros ya han decidido en despachos donde se reúnen personas que nunca se han presentado a unas elecciones.  Los alcaldes recientes de Burgos siempre han estado al servicio de la casta económica de la ciudad pero ninguno como Lacalle ha depreciado tanto este cargo público.  La crisis y unos tiempos revueltos han dejado al aire las nalgas de la incapacidad y bajeza de Lacalle.  El que será recordado como el peor alcalde de Burgos, se ha comportado sin  rubor como un pelele en manos de los capos del ladrillo. Sumiso con el poderoso, y autoritario con la ciudadanía, Lacalle cuyo cargo le debería llevar a ser principal defensor de la ciudad, se ha acomodado bien a la labor de miserable testaferro de nuestra insaciable casta extractiva.

Sede de DB y PROMECAL desde donde se hace apología de la corrupción
Si en la UBU hubiera algo de vida inteligente y menos cantante de bienaventuranzas alguien hubiera propuesto el estudio de la casta en Burgos desde la creación del polo de desarrollo.  El  Burgos de hoy y su configuración no es hija de la Transición, sino de la creación del polo de desarrollo.  La casta dirigente actual esta compuesta por los herederos de los industriales y constructores que medraron en Burgos antes de la muerte de Franco.  Cuando la feliz noticia llegó a Burgos la cosa sí que estaba atada y bien atada.  Burgueses, la prensa, en especial DB, y jerarquía eclesiástica, tenían en su mano todos los ases para que la llegada de nuestra depauperada democracia no fuera nada más que una maniobra lampedusiana.  Algo cambió para que en el fondo nada cambiara y José María Peña fue la personificación de todo esto.  El niño mimado del franquismo, quien fuera gestor desde 1967 del polo de desarrollo, fue el primer alcalde votado, que no democrático, de Burgos.   

Peña convirtió a Burgos en la vanguardia de la corrupción en España.  El que fuera condenado junto a il capo  en el juicio de la construcción de Burgos, y posteriormente indultado por el gobierno de Aznar trabajó bien al servicio de los  señores feudales de la ciudad.  Gracias a él los burgaleses de los 80 y los 90 teníamos que pagar las viviendas más caras de España, sólo por detrás de Madrid, Barcelona, y Bilbao.  En Burgos, además de impuestos legales como el IBI, se pagaba y se sigue pagando un impuesto de corrupción, piovra y pernada a los señores del ladrillo.  Nuestra ciudad ha sido la pionera en montar y normalizar un  establecimiento de impuestos al margen del estado que evoca al siciliano.   Las familias que accedían a una vivienda en los 80 y 90 tenían que trabajar años enteros para pagar el sobrecoste de los precios de la vivienda en Burgos.  Los beneficiarios principales eran los señores del ladrillo, los capos, aunque también las cajas hacían negocio a base de engordar las hipotecas.   Como en Sicilia o Nápoles los burgaleses se veían obligados a pagar un impuesto por un derecho que debería haber sido garantizado por la constitución y unos poderes públicos que sin embargo estaban al servicio de esos señores del ladrillo.   El que alguien pagara una parte del piso en B, a la manera de Bárcenas, ha sido algo tan habitual en Burgos como la morcilla, y el que los familiares de muchos constructores tuvieran en propiedad pisos de protección oficial subvencionados con el dinero de todos también, por citar solo dos casos.  Esa temática se podía oír con el volumen con el que rezan las viejas en las conversaciones y situaciones más variadas: en las pescaderías, en los mercados, en los bancos públicos, o en el rellano de las casas.  Normalmente entre pocas personas, y bajando el tono de la voz, en el caso de que se acercara alguien desconocido porque los señores feudales exigen además de sacrificio fidelidad sin límites:  la omertá.   Esa misma omertá, ese silencio cómplice con el que según Bárcenas fue recompensado con 190.000 euros al entonces alcalde José María Peña.

La secuencia de alcaldes de Burgos da cuenta de que, lejos de combatir la mafiocracia impuesta por Peña San Martín, la insignificancia, nulidad y decadencia de quienes han ocupado el cargo, ha favorecido su consolidación.  Sin embargo nadie como el actual alcalde y su banda sintetizan la servidumbre hacia il capo, y sus adlárates.  Nadie como Lacalle, aquel torpe estudiante de derecho, ha postrado de forma tan poco delicada los intereses de la ciudad a los de su mentor y amo.  Nunca en los últimos setenta años Burgos había estado en un riesgo de ruina como el que hoy amenaza a nuestra ciudad.  Ese es el efecto natural cuando un ser vivo no puede sacudirse a los parásitos que viven de ella.  No hay progreso común en la ciudad dónde los alcaldes trabajan al servicio de saqueadores.  La ruina es el único camino cuando los cargos públicos funcionan como Caballos de Troya del capo, traicionando a la ciudadanía a la que juraron servir.