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miércoles, 16 de diciembre de 2015

domingo, 29 de noviembre de 2015

¿Cuánto vale la vida humana? reflexiones sobre los atentados de París

¿Cuánto vale la vida humana?

Por Juan Ángel Argelina Díaz

"Llevad la carga del Hombre Blanco.Enviad adelante a los mejores de entre vosotros; Vamos, atad a vuestros hijos al exilio Para servir a las necesidades de vuestros cautivos; Para servir, con equipo de combate, A naciones tumultuosas y salvajes; Vuestros recién conquistados y descontentos pueblos, Mitad demonios y mitad niños."

Rudyard Kipling. La Carga del Hombre Blanco, 1899.



Los imperios, como los adolescentes, piensan que siempre serán eternos. El poema de Kipling es el producto de la fascinación colonial. A lo largo del siglo XIX y buena parte del XX, las grandes potencias se extendieron por el mundo bajo el pretexto de su "misión civilizadora". Mientras las clases medias británicas y francesas disfrutaban de los productos exóticos más variados, admiraban el arte de los pueblos "inferiores" conquistados, saqueados y expuestos en los imponentes museos del Louvre y Británico, y mantenían un buen nivel de vida gracias a la explotación de todos sus recursos, se extendía incluso entre el proletariado la convicción de pertenecer a una raza superior, a una cultura evolucionada y claramente destinada a cambiar el mundo conocido, desterrando para siempre el salvajismo, propio de gente que no había sabido desarrollarse como ellos. 

La opinión pública, arrastrada por el nacionalismo y el patriotismo de las hazañas bélicas, y por una teoría "científica" que trataba de demostrar la jerarquización evolutiva de las sociedades y las clases, se regocijaba en la grandeza de su Imperio. 
Y personajes como Livingstone, Richard F. Burton, y otros exploradores inquietos eran llevados a la leyenda y a la nueva mitología del héroe capaz de enfrentarse a los peligros de ese mundo incógnito, lleno de seres humanos inconscientes del papel salvífico de su figura. Kipling, London, y otros escritores magnificaron en la literatura a esos "superhombres". 
Pero lo más importante fue que en el inconsciente colectivo occidental se grabó y perduró la idea de su superioridad étnica y cultural. 
Las viejas prácticas del imperialismo colonial se mantuvieron incluso después de la Segunda Guerra Mundial, a pesar de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y de los claros mandatos de las Naciones Unidas sobre descolonización: Las antiguas metrópolis mantuvieron el control de sus antiguas colonias por medio de férreos tratados económicos y militares, que las ataron en sus políticas tanto internas como externas. Siempre tratadas como menores de edad, sus intentos de emancipación total casi nunca tuvieron éxito, y durante la Guerra Fría no pudieron optar más que por pertenecer a alguna de las áreas de influencia de las nuevas potencias dominantes, USA o URSS. 

Las viejas naciones de Europa no fueron sino comparsas en esa lucha sorda, limitándose a seguir los planes de Whasington o Moscú. Pero el fin del bloque comunista iba a modificar este panorama: no sólo resurgieron los antiguos nacionalismos, sino que dentro de la estrategia del Nuevo Orden Mundial, iniciado con la primera Guerra del Golfo en 1991, los tradicionales planteamientos del sistema colonial iban a resucitar con fuerza, aunque esta vez ya no con una excusa civilizadora, sino con el sacrosanto ideal de la democracia. 
Daba igual que Estados Unidos hubiera plagado de dictaduras América Latina durante la Guerra Fría, o sustentado las de Grecia, Portugal o España, y armado a las de medio Tercer Mundo. 
Ahora, la liberación de Kuwait daba comienzo al cuestionamiento del sanguinario sistema baazista de Irak, al que, curiosidades del destino, había apoyado en su cruenta guerra contra Irán en los ochenta (más tarde se sabría que también había vendido armas a Irán para financiar a la contra nicaragüense), y el propio presidente Bush padre, al igual que Clinton y Bush hijo, se congratulaban del fin del peligro rojo en el mundo, especialmente en Afganistán, donde habían, con la ayuda de Arabia Saudí, creado y financiado a los grupos fundamentalistas islámicos que tomaron el poder tras la retirada soviética. 

Éste es el prólogo necesario para comprender el estado actual de las cosas, sobre todo en el mundo árabe y musulmán en general. La posición dominante de Estados Unidos en los años 90 permitió dibujar una representación del sistema-mundo basado en un poder unidireccional, globalizado y marcado por la victoria del liberalismo económico, el mismo que había llevado a la expansión colonial depredadora desde el siglo XVIII. No había nacido un mundo nuevo. Se había despertado el viejo, pero ahora en forma de zombi.

La necesidad de materias primas y energéticas seguía siendo la prioridad para mantener ese nivel de vida que las clases medias occidentales disfrutaban desde entonces, y que servía como justificación para montar todo el engranaje de dominación mundial. 
No obstante, como iniciaba este artículo, los imperios siempre se niegan a abordar su propia situación de decadencia, y la adaptación de sus viejos modelos en un marco de relaciones internacionales diferente, no da los mismos resultados: En un mundo saqueado y con enormes problemas medioambientales, de escasos recursos y muchos competidores, las viejas estrategias traen problemas inesperados. 

Los atentados del 11-S en Nueva York fueron el primer aviso. Y con ellos la democracia sufrió el primer embate. Fueron la excusa idónea para firmar la Patriot Act, que recortaba los derechos ciudadanos hasta niveles impensables. El escenario del miedo, impulsado por el propio gobierno norteamericano, marcó el escenario de una manipulación de la opinión pública sin precedentes. 

Desde entonces, cualquier acto contra los derechos humanos ha sido justificado de forma repulsiva, incluyendo la construcción de un campo de concentración en Guantánamo y la existencia de cárceles secretas en todo el mundo, donde la tortura se practica de forma sistemática a prisioneros sin juicio ni garantías legales reconocidas.

Es la guerra contra el terror, se dice desde entonces. Será una guerra larga, decía Bush, mientras su gobierno mentía sobre las supuestas "armas de destrucción masiva" que Saddam Hussein habría acumulado en un Irak suficientemente machacado por las sanciones impuestas desde la invasión de Kuwait; un Irak despedazado por las luchas internas entre facciones étnicas y religiosas, mientras la ocupación norteamericana no hacía otra cosa que beneficiar a empresas privadas y a políticos corruptos en un ambiente de saqueo sistemático. 
O un Afganistán igualmente ocupado tras los bombardeos que dieron fin al régimen talibán, que no ha logrado la estabilidad ni el desarrollo que se le prometía, al igual que Libia, cuyo dictador fue asesinado tras una guerra que se justificó por esa misma idea de democracia, que no es otra cosa que la nueva versión de la "civilización" de la época colonial. 

De este modo, Oriente Medio en llamas. Qué curioso que todo pase en el área con más yacimientos petrolíferos del mundo. Qué curioso que sólo haya que llevar la democracia a las regiones donde se encuentran los recursos energéticos que hacen posible nuestro modo de vida, aunque después se maten entre sí. Pero eso ya no es culpa nuestra. Son pueblos atrasados, salvajes. No han pasado por nuestra "ilustración". 

Nuestro lavado de cerebro ya es tan completo, que no sólo carecemos de empatía para comprender al otro, sino que hemos perdido la memoria. Los grupos islamistas ya estaban presentes entonces. Fueron financiados por los servicios de inteligencia de nuestra querida Europa. 
El Barclay's Bank, Lloyd's International, el National Westminster Bank y otras empresas y bancos británicos financiaron desde los años 40 al Consejo para el Entendimiento Árabe-británico (CAABU) y al Centro de Estudios Árabes del Medio Oriente (MECAS), que respaldaron y apoyaron significativamente a los Hermanos Musulmanes, principal y más antigua fuerza islamista de Oriente Medio, que logró el poder en Egipto en 2011. 
Creo, sin duda, que ningún movimiento yihadista hubiera podido desarrollarse en Oriente Medio sin la participación de los servicios de inteligencia occidentales, sobre todo tras la desastrosa aventura siria. 

Está comprobado que los gobiernos británico y francés apoyaron financieramente a los grupos anti-Assad, y que gran parte de ese dinero y armamento han ido a parar al nuevo "Estado Islámico" (ISIS). Es tan evidente, que ahora que el terrorismo golpea con fuerza el corazón de Europa, la única respuesta del gobierno francés, respaldado por el británico, es la misma que la que ofreció el presidente Bush tras el 11-S: golpear con fuerza al enemigo, declarar la guerra al mal, bombardear sus centros neurálgicos, fomentar el nacionalismo patriótico, proclamar la resistencia cerrando fronteras y anulando derechos ciudadanos al imponer el estado de emergencia. Será una guerra larga, dice Hollande. Hay peligro de un ataque químico, dice el primer ministro Valls. ¿No suena a déjà vu? 

Sin minimizar la tragedia y conmovido por la magnitud del desastre, no puedo dejar de preguntarme por las circunstancias y las causas de todo esto. Sobre todo porque yo mismo fui víctima de otro sangriento atentado: el 11-M (2004), y porque ya estoy escarmentado por la manipulación y uso mediático de la muerte y el dolor. Entonces la situación era diferente, y el gobierno no quiso admitir su relación con la guerra de Irak y el auge de los grupos islamistas que utilizaban la excusa de la intervención occidental para cometer el crimen.

En un contexto contrario a la guerra, no hubiera sido correcto promover reacciones patrióticas contra el islam radical, y, al contrario, el nuevo gobierno promovió la tan criticada "Alianza de Civilizaciones", en clara alusión crítica al "choque de civilizaciones" de Samuel P. Huntington
Desde entonces ha habido un fuerte desarrollo de la intercomunicación electrónica y los mass media alcanzan un poder de manipulación mucho mayor. 
Los atentados de París, tanto el de Charlie Hebdó como el del pasado 13 de noviembre, han tenido un eco mucho más profundo que los anteriores, y su difusión mundial ha logrado aumentar no sólo el apego sentimental con el dolor de las víctimas, sino que ha hecho posible la rápida comprensión de las medidas de fuerza del gobierno francés.

Prácticamente medio mundo ha usado la bandera francesa en sus perfiles de facebook. La Torre Eiffel se ha convertido en un símbolo de libertad, y las imágenes de la tragedia han copado con tanta frecuencia los espacios televisivos, que el resto de muertes producidas en atentados similares en el resto del mundo han pasado prácticamente inadvertidas. 

El centro de la civilización ha sido atacado y sus víctimas adquieren un protagonismo mucho más importante que el resto, en una jerarquización de la muerte intolerable. No podríamos comprender esto, si no hacemos un análisis histórico sobre lo que aludí al principio: en el inconsciente colectivo occidental se grabó y perduró la idea de su superioridad étnica y cultural desde la época colonial.

Recuerdo imágenes de la película de Gillo Pontecorvo "La Batalla de Argel" (1966): una bomba estallaba en un café de una de las calles de la zona "blanca" acomodada de la ciudad. En una rápida reacción del ejército francés, la Casbah era tomada, y se cercaba a los responsables en una de sus miserables casas. La diferencia étnica y religiosa ocultaba otra aún mayor relativa a su posición social y de clase.

Para el colonizador, el árabe era inferior. Siempre se le trató con desprecio, al igual que en todas las ocupaciones coloniales. Cuando emigraron a la metrópoli, su situación no cambió. Fueron ocupando el lugar de los antiguos proletarios nacionales, de tal modo que hoy les han sustituido en sus suburbios tradicionales. 

Se dice que no se quiere que los atentados traigan como consecuencia una ola de racismo, pero es que ya existe, y condiciona la misma estructura de la sociedad francesa, con sus reflejos mediáticos. O si no, echemos un vistazo a la hemeroteca, y recordemos lo que ocurrió el 17 de octubre de 1961 en París, cuando durante una manifestación pacífica de más de diez mil musulmanes que protestaban contra la represión francesa en Argelia, la policía asesinó a más de 200 personas, muchas de las cuales fueron arrojadas al Sena aún con vida desde el Pont Saint-Michel.
La escritora Marguerite Durás comparó entonces la situación de los argelinos con la de los judíos del gueto de Varsovia. "El origen de este drama se encuentra en el terrorismo islamista", se podía leer en Le Monde (19-11-1961). Aunque los hechos fueron reproducidos en la novela Meurtres pour mémoire, de Didier Daeninckx (1984), y se realizó posteriormente el documental Nuit noire 17 octobre 1961 (2005), de Alain Tasma, el gobierno francés no reconoció la matanza y no admitió su responsabilidad hasta el 17 de octubre de 2012, cincuenta y un años después. Unos hechos se olvidan y otros se magnifican. 
La opinión pública se moldea, y el "terrorismo islámico" sirve para justificarlo todo. 

Cuando la memoria falla se puede decir cualquier cosa impunemente. He oído a las autoridades francesas que los sucesos del pasado 13 de noviembre constituyen el atentado más grave ocurrido en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Veremos las consecuencias a sus reacciones. Esto no es sino una de las muchas jugadas de la sangrienta partida de ajedrez librada en el nuevo orden mundial. 

Al igual que los millones de refugiados que llaman a nuestras puertas, las acomodadas poblaciones de Europa son igualmente víctimas de su propia ignorancia. Sus gobiernos han desestabilizado el mundo, y ahora es la propia Europa la que se desmorona, al igual que lo hizo el antaño invencible Imperio Romano.
También los civilizados romanos se consideraban superiores en todo a los bárbaros que rodeaban el Imperio, e intentaron contenerles en campos de concentración en la frontera del Danubio. 
Pero éstos aprendieron sus tácticas y superaron su estrategia, venciéndoles y asesinando a su emperador Valente en la batalla de Adrianópolis (378), para posteriormente saquear la propia Roma en el 410. Incluso entonces, historiadores como Hidacio hablaban ciegamente de un prometedor porvenir. Los imperios, como los adolescentes, piensan que siempre serán eternos.


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lunes, 21 de septiembre de 2015

Conflicto sirio y crisis migratoria



Por Juan Argelina

Nada es lo que parece, aunque siempre puede observarse la realidad tras el brillo del maquillaje. Somos testigos de las desgracias de un mundo convulso, pero aparentamos la falsa seguridad que nos prometen quienes las crean. Es así que las fotos se traducen en emociones, pero enturbian el análisis. Y en estos días de fatiga periodística, centrada casi exclusivamente en los refugiados sirios clamando dignidad y justicia en las puertas de Europa, he visto varias que me han revuelto la conciencia e incitado a reflexionar. Las primeras son en principio asépticas: a menudo veo el estado de la atmósfera; me interesa el clima, sus cambios, sus efectos. Los satélites mostraban la formación de tres huracanes simultáneos sobre el Pacífico. 

Como las tres brujas de Macbeth, Kilo, Ignacio y Jimena, como se les llamó, exhibían el poder de una naturaleza maltratada, de un mar sobrecalentado por el aumento de las emisiones de dióxido de carbono, de unos vientos feroces, que permitían atisbar los desastres que ocasionarían. Unos desastres, cuya causa última está en la acción humana. En otra parte del mundo, pude reconocer la misma forma huracanada en una gigantesca tormenta de arena que ocupaba todo el norte de Irak y parte del oeste de Irán. Tierras devastadas. Si no hubiera sabido las coordenadas geográficas, hubiera pensado que se trataba de Marte. Ya experimenté una de estas tormentas en Mali, más concretamente en Tombuctú, hace unos años. La arena lo cubre todo hasta engullir cualquier cosa que encuentra en su camino. Nada parece resistirse y es un milagro sobrevivir a su fuerza. Al igual que el empobrecido y estéril Sahel africano, Oriente Medio va camino de convertirse en un desierto aún más desolado y trágico. 

El nuevo orden mundial ha señalado la región como una pieza esencial en el tablero de una guerra global en la que sus contendientes juegan con máscaras. Nada es lo que parece. Los huracanes y las tormentas de arena pueden ser fenómenos naturales, pero su virulencia no lo es tanto. Tras las fotos hallamos la secuencia de los factores destructivos que causan miles de víctimas. 

Y así llegamos a la foto del niño Aylan Kurdi, muerto sobre la playa de la isla griega de Kos, difundida globalmente como la metáfora del destino final de millones de seres humanos condenados por ese ajedrez mortal en el que sólo son peones sacrificados. La fotografía es estremecedora, pero al mismo tiempo chocante. ¿Acaso los ciclónicos vientos de la tormenta de arena arrastraron su cuerpo, como el de miles de otras víctimas, desde su destrozada tierra natal hasta las aguas del Mediterráneo, abandonándolo, como si se tratara de un relato mitológico, en las puertas de nuestra casa? ¿Y qué tiene la imagen de su pobre cuerpo tirado al borde del mar, que no tengan las del resto de ahogados en el estrecho, en Lampedusa, en las costas griegas,...? Los mismos que ahora se ven obligados a acoger refugiados (sirios), disparaban pelotas de goma contra los africanos que, a nado, intentaban alcanzar las costas de Melilla. También hubo muertos.  Nunca se depuraron responsabilidades. Igualmente recuerdo las palabras de Aznar cuando, tras sedar a algunos inmigrantes y meterles en un avión para expulsarles del territorio español, dijo: "Teníamos un problema y se ha solucionado". 

Ahora la opinión pública se ha hipersensiblizado tras la publicación de la fotografía de Aylan muerto sobre la playa de Kos. ¿También se trata de un fenómeno natural? ¿Es la guerra, como los ciclones del Pacífico o las tormentas de arena de Oriente Medio, un fenómeno natural? ¿O son el resultado de políticas deliberadas? Casi cuatro años de guerra civil en Siria, con millones de desplazados vagando por los países vecinos, y la preocupación llega ahora. ¿Es la foto también una consecuencia "natural" de este proceso?

Emily Roenigk, experta en comunicación social y digital para World Relief, ha calificado de "porno-drama" a las tragedias que únicamente se observan desde el sufrimiento resultante y circunscrito a una mera situación dramática personal o familiar, ocultando las causas que provocaron esa situación e impidiendo señalar a los responsables que han financiado y vendido las armas que han alimentado las guerras y alentado el estallido de conflictos en esas zonas para perpetuar el saqueo de sus recursos (petróleo, coltán, uranio, gas, etc.). 

Los árboles nos impiden ver el bosque. La marea de refugiados centra la atención en las políticas de asilo, mientras nadie se responsabiliza del desastre en origen. En general, los medios de comunicación simplifican a los seres humanos, hasta el punto de extraer de ellos sólo las características que se pueden utilizar para obtener una alta respuesta emocional y generar ganancias. Esto lo vemos en la publicidad, el cine, la pornografía. De forma similar vemos representados a los pobres en nuestros medios de comunicación, explotando su condición e incluso su sufrimiento con ánimo de lucro. Como solemos hacer con la cosificación de las mujeres, tenemos que hacer una pausa y preguntarnos si es ético presentar a un ser humano a las audiencias occidentales con el único propósito de provocar una experiencia emocional y, en definitiva, dinero. Es una práctica llamada pornografía de la pobreza, y no hace casi nada para resolver el problema estructural real. La guerra, "la madre de todas las cosas", como decía Heráclito, continuará. Algo se les ha escapado de las manos a sus inductores, pero tratan de enmascarar el producto de sus consecuencias.

Foto New York Times
¿Qué es lo que está ocurriendo en Europa con la crisis migratoria? Esas personas no son emigrantes. Son refugiados que huyen de sus países, después de que Estados Unidos y sus aliados los bombardearan. Tras el derrocamiento y muerte de Gadaffi en Libia, el punto de mira se puso en el de Assad en Siria. Francia obtuvo grandes beneficios en contratos petrolíferos con las nuevas autoridades de Libia, ahora desangrada en otra guerra civil sin fin, sumida en la anarquía, y convertida en punto de salida hacia Europa de los desesperados de media África. 

En el caso de Siria, su posición estratégica como paso de los principales oleoductos hacia el Mediterráneo, y su alineamiento político con Rusia, China e Irán, los grandes enemigos del frente empresarial y financiero conducido por Estados Unidos y la UE, la convirtieron en la siguiente diana. Imaginaron una victoria fácil, al hilo de lo que ya había sucedido en los países donde la "primavera árabe" había podido sacar del poder a sus dictadores.  O bien, si la revuelta popular no tenía éxito, el apoyo militar a los grupos armados rebeldes desintegraría rápidamente, como en Libia, al régimen, instaurando otro más fácil de doblegar y manipular, cercano a los intereses occidentales. 

El fracaso de la ocupación militar en Irak inducía a la cautela en cuanto a una intervención directa. Erraron el cálculo, y Assad resistió. El resultado es una sangría de las mismas proporciones que las descomunales tormentas de arena que hemos visto estos días, y con unas consecuencias similares en cuanto a la ceguera provocada. 

La desinformación y el control informativo han sido y son de tal calibre, que todos estamos ciegos ante la realidad de la tragedia. Porque ¿qué sabemos verdaderamente del conflicto ahora mismo? El caso de Bherlin Gildo, cuyo juicio por terrorismo en Siria fue suspendido el 31 de agosto pasado, tras demostrarse que agentes de inteligencia británicos habían estado armando a los mismos grupos rebeldes que Gildo fue acusado de apoyar, ha dejado claro que como decía al inicio de este texto, nada es lo que parece. 

La evidencia de que Gran Bretaña había estado proporcionando entrenamiento, apoyo logístico y suministro secreto de “armas en escala masiva” a los rebeldes sirios, abre la puerta a la certeza de que Estados Unidos y sus aliados han sido los responsables de crear las condiciones de la situación caótica actual en la región. 

Chomsky es contundente en su análisis: Una de las graves consecuencias de la agresión de Estados Unidos y Reino Unido fue la de inflamar los conflictos sectarios que ahora están destrozando Irak en pedazos, y que se han extendido por toda la región con consecuencias terribles". La injerencia de Estados Unidos y la Unión Europea en Medio Oriente para destruir a Irak y derrocar al gobierno de Assad de Siria, unido al apoyo económico y militar que incluyó la entrega de armas nucleares a Israel, fueron determinantes para el surgimiento del Estado Islámico que, inicialmente, fue un grupo terrorista armado, financiado y entrenado por la CIA y otras agencias de inteligencia de la UE. 

Constituye ahora un ejército que siembra el terror en sobre el extenso territorio que ya controla, y pretende organizar un califato al estilo medieval pero con armas dotadas de tecnología punta, entregadas por Estados Unidos y sus aliados europeos, los mismos que ahora se afanan en acoger a los refugiados del conflicto que ayudaron a alentar. ¿¡No es increíble!?

Siria, Libia, Afganistán, Yemen, ... han sufrido los bombardeos de Estados Unidos, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. Ahora sus habitantes tienen que huir a Europa. Todo este flujo migratorio es la consecuencia directa de los errores de cálculo de la política militarista de Occidente. Los drones norteamericanos han causado tantas víctimas entre la población civil inocente, que, si no están ya entre la masa que espera entrar en nuestros países, se ha pasado directamente a las filas del ISIS, tal como lo hicieron miles de hombres reclutados, armados y entrenados por la CIA en Jordania y Turquía con la esperanza de crear un frente militarmente eficaz sobre el terreno. Aunque quieran crear una cortina de humo, o una tormenta de arena, para desorientar y confundir a la gente, la realidad se impone, y ahora Putin, desde Rusia, se frota las manos y sonríe ante toda esta desgracia en el corazón de la Unión Europea. "Quien siembra vientos...", decía en la televisión rusa.  Porque todo esto es parte de un conflicto mayor. La tragedia del Donbass ucraniano no es ajena al apoyo ruso al gobierno sirio. Rusia mantiene su base militar en Tartus, muy cercana a Turquía, y espera, junto con China e Irán, que la resistencia de Assad en el escaso territorio sirio que aún controla, permita redefinir en el futuro una situación favorable a sus intereses. En medio de todo, el sufrimiento de una población sacrificada por los jugadores de esta sangrienta partida de ajedrez.

En el futuro inmediato no se ven esperanzas de cambio. Y, globalmente hablando, no será extraño comprobar cómo la guerra se extiende sin control en un ambiente de crisis, en el que resulta rentable. "La guerra es una estafa", decía Smedley Butler, cuando tras retirarse del ejército, en 1935, escribió su famoso discurso en el que denunció el uso de las fuerzas armadas en Estados Unidos como fuente de ganancias para Wall Street. 


Fue la primera vez en que un militar norteamericano descubría la trampa de la intervención contra otros países para garantizar los beneficios de empresas privadas, cuyo gasto pasaba directamente a los ciudadanos: "Fui premiado con honores, medallas y ascensos. Pero cuando miro hacia atrás considero que podría haber dado algunas sugerencias a Al Capone. Él, como gánster, operó en tres distritos de una ciudad. Yo, como marine, operé en tres continentes. 


El problema es que cuando el dólar estadounidense gana apenas el seis por ciento, aquí se ponen impacientes y van al extranjero para ganarse el ciento por ciento. La bandera sigue al dólar y los soldados siguen a la bandera." No ha cambiado nada desde entonces. 

Durante la guerra de Irak, un helicóptero llegó directamente desde Washington cargado con ocho mil millones de dólares en efectivo, emitidos expresamente para seguir financiando la guerra. ¿No es curioso que se gastara tanto dinero en el conflicto, pero no hubiera un solo dólar para mantener las infraestructuras del propio país, que tras el paso del huracán Katrina, se demostraron frágiles, ineficaces y obsoletas para evitar la inundación de Nueva Orleans? Esto demuestra el escaso interés para invertir dinero en nada que fomente la paz o el bienestar ciudadano.



La guerra en Oriente Medio está ya fuera de control. Después de haber gastado seis o siete billones de dólares en las guerras de Afganistán e Irak, lo único que obtenemos es una enorme crisis migratoria. Lo que está ocurriendo en Siria es incalificable. Yo viajé por el país antes de la guerra, y, sí, era una dictadura, pero su economía era estable y su nivel cultural elevado. Incluso recibía emigrantes procedentes de países latinoamericanos.  Existía una comunidad venezolana importante, y la presencia turística iba aumentando gracias a su enorme legado histórico. 

Policía húngara
El propio Instituto Cervantes había abierto una sede en Damasco, y pude comprobar una gran diversidad étnica, religiosa y lingüística.  Ahora todo eso se ha ido al traste. Ya no existe. No sé dónde o qué habrá sido de las personas que conocí allí. Quizás caminen entre los miles de refugiados que son maltratados en las fronteras de Hungría, si no han perecido en su huida desesperada, se han ahogado como el pobre Aylan, pero su foto nunca aparecerá en los medios de comunicación, saturados de información en un ambiente en el que la opinión pública ya ha sido preparada.   Soy consciente de que la información es un negocio, y, como tal, se vende como cualquier otra mercancía, como las armas. Hoy son los sirios. Mañana...